domingo, 27 de julio de 2008

RECUERDOS DEL CONFESIONARIO


Quisimos hacer una queimada y conjurar en la eterna noche de Castrogeriz, nuestros demonios de la rutina. Y vertimos el verano en el cuenco. Deseábamos una fiesta sin fin, que nos retuviera por siempre en NUNCA JAMAS. Seriamos los niños perdidos de nuestra generación. Le prendimos fuego, ¡Claro que si! Le dimos fuego a todo. A la música, al amor, a la vida. Le dimos fuego sin querer saber que después del fuego quedan las brasas. E incluso estas se acaban extinguiendo. Le dimos fuego a la mente y funcionó a toda maquina. Nos inventamos bebidas (como el “mostelares”) Nos inventamos una jerga solo entendible por nosotros. Nos inventamos el amor. El de verano, el de una noche, el de para toda la vida. Nos inventamos una vida eterna cuando pensamos que nada de todo aquello iba a terminar.

Y la rueda de la vida nos aplasto a todos. La música cambió, las bebidas nos destrozaron el hígado, quedamos como idiotas ante las nuevas generaciones con nuestras palabras inventadas. Y el amor… Ay del amor de confesionario. La conocí, y el entramado de hierros en mitad de la TROMPA me daba la confianza inicial del pecado redimido. Ave Maria Purísima. Y la vida se paraba a un lado y a otro de las rejas. ¡Parad el mundo que yo me bajo! ¡Coño, vaya si lo paramos! Durante un mes al año el mundo se detenía en LA TROMPA. La inmensa piedra redonda de fuera (el piedro) cual tabla de Camelot, nos ayudó con su mole a detenerla. Daba igual si estabas fuera o dentro ¡Estabas! Y eso era bastante. Y mientras la vida se detenía a nuestro alrededor, nos permitimos el lujo de ser, de estar. Formamos parte de la historia. Cada uno la suya, pero ¿Quién no tuvo una historia que contar en las noches cuando fuimos padres o solo familia? Y nos alimenta. Algunos pasamos en estas horas de aburrimiento, escasez de vida. Y aquellas historias nos siguen alimentando. Una diálisis mental que nos limpia toda la mierda del día a día, y nos devuelve a las noches estrelladas en el PIEDRO, con la música atronando desde dentro a los vecinos ya rendidos a lo inexorable.

El resto del mundo y de la cuadrilla iba y venia al rítmico son de las rondas, mientras acomodados el los suaves y cómodos cojines confeccionados con amor por Sabina nos enfrascábamos en la mas larga conversación en la que jamás participé. La marea de la ronda traía a nuestra orilla a nuestros alucinados, y cada vez mas contentos, amigos que indefectiblemente preguntaban ¿Pero de que coño habláis? ¿No se os seca la boca? ¡Joder! Si no faltaba la cerveza y nos descubríamos mundos y vivencias personales hasta entonces inimaginables. Y había tanto por descubrir y compartir… Las horas y las cervezas pasaban a tal velocidad, que lo único que nos anclaba al ritmo real, eran los amigos de la cuadrilla que exigían compartirnos. Esos intervalos me permitían subir a otras dimensiones cuando tomaba “el ascensor” Creíamos que al ir al baño nos devolvería al mundo real, pero al contrario, mientras vaciábamos la vejiga nuestra mente escapaba hacia futuribles. Porque la música se seguía oyendo, incluso con mas calidad, al hacer de filtro la puerta. Al retornar al piso bajo en el ascensor (la realidad) debíamos readaptarnos a la luz interior, al volumen de la música y de las conversaciones, y la oscuridad nocturna que, sin darnos cuenta, inundaba las calles después de horas de conversación en las que creímos que el tiempo se detuvo. Y en cierto modo, algunos, aun estamos allí.

Luís





1 comentario:

Unknown dijo...

cada vez que leo este texto miro a mi alrededor y estoy allí... como si nada hubiese cambiado.